Hna. Rosa Candelaria Cáceres Acosta

 

 

 

Soy originaria del cantón El Caulote jurisdicción de Suchitoto, Departamento de Cuscatlán. Provengo de una familia numerosa, 13 hijos, 7 mujeres y 6 varones, entre los cuales soy la número 13. Mis padres fueron Pedro Cáceres y Tránsito Acosta. Mi padre era agricultor en pequeño y mi madre, ama de casa. Para el sostenimiento de la familia sólo se tenía lo que se cultivaba, no habían otros ingresos. Por las noches, mi padre iba de caza o de pesca para llevar algo al hogar. Cuando yo nací, el 31 de agosto de 1950, ya no estaban dos de los hermanos mayores porque habían dejado el hogar para ir en busca de trabajo.

Durante mi infancia tuve la suerte de pasar por todas las enfermedades comunes a todo niño y quien me cuidaba por mandato de mi madre era Isidra Inés que era 6 años mayor que yo.

Cuando niña recuerdo que de ves en cuando jugábamos con los demás primos, porque eran 6 familias que vivíamos en ese lugar del Cantón.

A mis 7 años fui a primer grado junto con mis hermanas y primos a la Escuela 3 de Mayo. Para el segundo grado, mi hermano mayor, ya casado, tenía 2 hijos y le pidió a mis padres si me dejaban con ellos para que ayudara a mi cuñada en los quehaceres de la casa y mis padres consintieron, pero al año siguiente regresé al hogar. Continué mi tercer grado viajando con mi hermana Isabel que estaba en el Barrio La Cruz y quedaba a 2 kilómetros de la casa.

Al inicio de 1960, Isidra Inés se fue de la casa, yo no entendí para dónde, pero le tocaba a mi hermana María Isabel que tenía 11 años hacer la masa para las tortillas antes de irse a la escuela y quise aprender a moler para ayudarle y le pedí a mi madre que me comprara una piedra de moler de acuerdo a mi edad, fue poco lo que pude ayudarla en ese año porque me enfermé de la mano derecha y tardé dos meses en mi sanación. Esto me impidió también asistir a la escuela y al final quedé reprobada y repetí el tercer grado en la misma escuela.

De cuarto a sexto grado lo estudié en la Escuela de Niñas «Ana Dolores Arias» que quedaba en el Barrio San José de Suchitoto, tocaba caminar unos 3 kilómetros de ida y otros 3 al regreso, hasta el quinto grado dejábamos la masa hecha, sólo que para entonces ya teníamos molino de mano. Durante el sexto grado ya no me tocó moler porque María Isabel había terminado su sexto grado y ya no fue a la escuela y ella se encargaba de hacerla y yo me quedaba en la escuela, aprovechando el almuerzo escolar que costaba 0.10 centavos y continuaba en clases por la tarde, según era el sistema de estudios en aquellos años.

Retrocedo a la edad de 9 años cuando estudiaba el tercer grado. Al final de año Isidra Inés regresó a casa que llegaba de vacaciones y mi hermana Isabel y yo estábamos en la edad de jugar y de pelear. Cuando Isidra Inés nos fue viendo, comenzó a corregirnos y esto no nos gustó para nada y un día, después de una corrección que nos hizo, yo tomé la palabra y le dije que ya estábamos aburridas de que nos estuviera regañando y que si así seguía que mejor se fuera de la casa. Isidra Inés guardó silencio y no le dijo a mi madre, de lo contrario nos teníamos bien merecido un castigo.

Formación de valores en el hogar

Mis padres eran muy católicos. Mis hermanas eran catequistas en la parroquia Santa Lucía. Cuando el Padre Marco René Revelo llegó a la Parroquia El Calvario, se hizo la entronización del Sagrado Corazón de Jesús en todos los hogares y también en el nuestro. En la sala de la casa se tenía un altar con tres imágenes: El Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora de Guadalupe y María Auxiliadora de los Cristianos. Cada noche teníamos la oración del Santo Rosario en familia. Los domingos nos turnábamos para poder participar en la Santa Misa. Además, mi padre era miembro del movimiento de «Adoradores Nocturnos». A nivel de cantón en el mes de mayo celebrábamos las flores a la Santísima Virgen María y en el día del Sagrado Corazón de Jesús se preparaba la procesión en cada uno de los cantones para llegar a la Parroquia.

En cuanto a mi formación cristiana, una de mis hermanas me preparó a la primera comunión, mi padre nos aconsejaba en grupo de vez en cuando. Recuerdo que nos inculcó el respeto, el amor y la oración por los sacerdotes ya que los sacerdotes llegaban a la casa para tomarse un día de descanso.

En cuanto a mi formación humana, aprendí a amar la pobreza y a cuidar lo que la Providencia nos daba; mi madre nos delegaba responsabilidades en la casa; cuando mi conducta no era correcta, recibía corrección de inmediato y la falta corregida no se volvía a repetir. Se nos infundió el respeto a los hermanos mayores y a las demás personas. Con mi madre tenía confianza y con ella compartía mis dificultades.

Formación de valores en la escuela

Recuerdo que en la Escuela «Ana Dolores Arias», desde cuarto grado en la clase de «Artes industriales y economía doméstica» aprendí a bordar a mano en cadenilla, cruceta, punto atrás, diente de chucho, relleno, puntada mexicana. El deporte que más practiqué fue el softball sirviendo de cácher en el equipo del grado. También se participaba en la procesión del jueves de Corpus Cristi y se nos infundían los valores cívicos y morales.

Opción vocacional

Al finalizar el quinto grado, un día domingo que iba con mi madre de madrugada hacia la parroquia para participar en la Santa Misa de las 5 de la mañana, ella me preguntó si quería irme a donde estaba Isidra Inés. Yo le dije que no sabía en donde estaba ni qué estaba haciendo. Ella me explicó que Inés estaba en una congregación religiosa, en Santo Domingo, en el departamento de San Vicente y que ella estaba allí para entregarse a Dios, y que quienes se entregaban a Dios no contraían matrimonio. Yo le dije a mi madre que lo iba a pensar y que después le daría respuesta.

Durante el sexto grado, mi pensamiento iba hacia Dios pidiéndole que me iluminara qué es lo que El quería de mí. En agosto de 1964, mi madre me llevó a Santo Domingo con motivo de la graduación como maestra de Hna. Isidra Inés y entonces pude conocer el lugar. Al finalizar el sexto grado, le dije a mi madre que había decidido irme a la Congregación Hijas del Divino Salvador, donde estaba Hna. Inés. Había cumplido mis 14 años.

El día 24 de enero de 1965, de madrugada, al despedirme de mi padre, me dijo: «De ahora en adelante, Monseñor Pedro Arnoldo Aparicio será tu papá, obedécele a él como lo has hecho conmigo».

Desde ese día comenzó mi aventura vocacional. En ese año éramos 32 jóvenes aspirantes y yo era la mayor de las más pequeñas. El 29 de junio del mismo año, fui admitida al postulantado y el 24 de enero de 1966 ingresé al noviciado junto con 14 compañeras. A mis 16 años y 4 meses, el 6 de enero de 1967, hice mi primera profesión religiosa con otras 13 compañeras más, de las cuales en la actualidad estamos cinco por la gracia del Señor.

El 8 de diciembre de 1988, siendo ya Superiora General en el segundo período, 66 Hermanas hicimos la profesión perpetua, ya que hasta entonces, renovábamos la profesión el 6 de enero de cada año. El 6 de enero de 1992, las 5 Hermanas compañeras desde el aspirantado celebramos los 25 años de vida religiosa.

Personas que influyeron en mi formación

En el aspirantado y postulantado las Hermanas asistentes, sobre todo Hna. Rosa Haydeé Díaz, quien me llevó de cerca en el crecimiento humano y cristiano, mi hermana Inés que me apoyaba con su oración. En el noviciado mi maestra fue Sor Angela Sessa, digna Hija de María Auxiliadora, quien estuvo en la Congregación 11 años formando generaciones de Hijas del Divino Salvador. Con ella, en mi año de noviciado aprendí las lecciones de Historia Sagrada, Constituciones de la Congregación, el Catecismo dogmático, Historia de la Iglesia y el Catecismo de la vida Religiosa.

Desde antes de mi profesión, además de mi maestra de novicias, busqué dirección espiritual en el confesor de las Hermanas que en aquel tiempo era el Padre José Oscar Barahona, actual Obispo de la Diócesis de San Vicente, quien continuó ayudándome a discernir la voluntad de Dios, durante todo el tiempo en que fue confesor de la Comunidad de la Casa Madre.

Cuando yo ingresé a la Congregación, ésta tenía 8 años y un mes de haber sido fundada y a nivel de Iglesia se estaba clausurando el Concilio Vaticano II, en el cual participó nuestro fundador, el Excelentísimo Monseñor Pedro Arnoldo Aparicio Quintanilla, Obispo de San Vicente y nos mantenía al día con los cambios que en la Iglesia se iban dando a raíz del Concilio. Además, nos daba pláticas de formación religiosa y en cuanto él podía, como fundador siempre estuvo de cerca para orientar la Congregación.

En 1968 tuvimos el duelo en la familia por el fallecimiento de nuestro padre a causa de un infarto. Tres días antes de su muerte, fuimos con Hna. Inés a visitar a nuestros padres y al despedirnos de papá, nos tomó de la mano y nos dijo: «Ya no me van a volver a ver pero recuerden: monjas en el infierno hay para empedrar calles, ustedes procuren no ser una de ellas. Si Dios las ha llamado, procuren ser monjas santas». En la teología campesina de mi padre sabía cuál era el verdadero sentido de la vida religiosa: buscar la santidad como Jesús nos ha invitado: «Sed santos como mi Padre Celestial es santo».