Una llamada una respuesta

Una mañana que su madre se dedicaba al trabajo de hacer dulces, tocaron la puerta, y cuál fue la sorpresa de esta madre, al ver que era un sacerdote acompañado de un jovencito que más tarde llegó a ser el Padre Benito Contreras. El sacerdote se identificó como miembro de la Congregación Salesiana, de nombre Padre Miguel Cecobelli Roca. El sacerdote dijo: «Vengo de parte del señor Martí a buscar a su hijo Pedro Arnoldo. Este Señor Martí es quien me manda a esta casa, él me recomendó los visitara, porque ando en busca de vocaciones sacerdotales para la Congregación Salesiana».

La madre muy emocionada le respondió: «De mi parte Padre, con todo gusto me resolvería ya, si esa es la voluntad de Dios, pero tengo que tomar la opinión de su padre y la de él, porque no están en casa en estos momentos, se encuentran trabajando. En caso estén de acuerdo, le mandaremos la contestación».

Al regresar ellos a casa, la madre les informó de la visita. Su padre resolvió ir a conocer el Colegio San Francisco de Sales en el Cantón Ayagualo, Santa Tecla, Depto. de la Libertad, lugar de estudios de los aspirantes salesianos.

El día 30 de enero, emprendieron el viaje hacia Ayagualo. Su buen padre llevó consigo a su hijo Pedro Arnoldo y a Fidel Quintanilla, sobrino de su esposa. De regreso en casa tomaron el acuerdo de escribir al Padre Roca sobre la decisión tomada tanto del joven Pedro Arnoldo como la de sus padres, de mandarlo al aspirantado.

Contaba su madre que antes de tomar la decisión, una señora muy piadosa llamada Soledad de Pacheco, que era su comadre, le dice: «¿Qué ha pensado referente a la oferta de estudios para Noldo?. Arréglelo, comadre, Dios lo llama». Ella le contestó: «Es muy cierto y estamos dispuestos a aceptar ese llamado del Señor». Y así lo hicieron.

Antes de preparar el viaje, su buena madre le hizo esta reflexión: «Si te decides, te arreglaré la ropa; mira que no te mandamos contra tu gusto, en caso no te agrade, avisas para ir a traerte. Yo quiero que vayas con toda buena voluntad».

En un día de campo.

Seminarista

Desde su infancia fue muy decidido y así el 3 de febrero de 1923, meses antes de cumplir sus 15 años, y un día después que Jesús fue presentado al templo, él decide irrevocablemente seguir el llamado del Señor y muy temprano de la mañana se despide de sus padres y con el corazón rebosante de alegría, se encamina hacia aquellas cumbres solitarias donde estaría más cerca de Dios, a su segundo hogar, el Seminario de Ayagualo, acompañado de su hermana mayor Julia Emilia Aparicio y de una vecina amiga, la Señorita Virginia Alvarado.

Llegado a Ayagualo, lo recibe el Rvdo. Padre Director Miguel Cecobelli Roca. Y bajo su dirección y la del Padre José Dini, se formó la personalidad y el carácter del Padre Aparicio, en la ciencia y la virtud, en el trabajo y en la oración; alas místicas con que debe volar por las alturas quien se consagra al bien de la juventud en la Sociedad Salesiana. Inició su aspirantado con alegría y optimismo, conociendo, amando y enamorándose cada día más de su Santísima Madre, María Auxiliadora. Toda su formación la tomó muy en serio.

Desde el inicio dio muestras de convivencia comunitaria y de todo lo que exigía la formación salesiana.

Contaban sus hermanas que desde el día que inició sus estudios en el seminario hasta el final, jamás mostró tristeza, ni se quejó de nada, todo era bueno para él y siempre fue optimista. Su madre le hizo muchas pruebas para convencerse de su firmeza, pues ella deseaba que si llegaba a ser sacerdote, fuera por verdadera vocación. Un compañero suyo[1], narraba que en el aspirantado se distinguió por su personalidad y cultura. Además, dice: «En el primer curso de Latín éramos 32; faltando el profesor, era Aparicio el encargado de la disciplina para atender el orden en el aula.

Terminado el año 1923, el Padre Isaac Síker necesitaba ir a Guatemala para semblantear el ambiente y buscar un lugar para una casa salesiana y el elegido para acompañar al Padre Síker fue Pedro Arnoldo.

Después, probado en su vocación, hace su ingreso al noviciado o recibió el santo hábito, como dice él mismo, el 8 de diciembre de 1926. La ceremonia tuvo lugar a las 4:00 p.m. Durante el noviciado fue asistente de los aspirantes. Tenía aptitud para la dirección de grupos.

+ El 24 de octubre de ese mismo año, había muerto su hermana Mirtala.

Antes de hacer su profesión religiosa e iniciar los estudios de filosofía y Normal, le permitieron ir a pasar unos días a su casa. En esta ocasión, aprovechó el Párroco de Chinameca, Padre Eduardo Argüello, para insinuarle que por ser tantos sus hermanos, sería bueno que pasara a continuar sus

estudios a la Diócesis de San Miguel y, que siendo sacerdote secular tendría la oportunidad de ayudar a sus padres en la formación de sus hermanos, diciéndole: «Aquí podrás llegar a ser Obispo, te mandarán a Roma a continuar tus estudios. Esta oportunidad no la tendrás al ordenarte en la Congregación Salesiana». A lo que él le contestó: «No puedo Padre, porque se lo he prometido a María Auxiliadora y esto no lo dejaré de cumplir, antes de ser Obispo, prefiero ser salesiano de corazón».

En otra ocasión, fue a verlo su madre al seminario y le dice: «A llevarte me manda tu papá, porque te tiene listo un empleo en San Salvador, para que ayudes en la formación de tus hermanitos». Al oír él estas palabras, sólo movió la cabeza en señal de no estar de acuerdo y le dice únicamente: «Escribiré a mi papá». Cuando regresó su madre a la casa, le dice su esposo:

‘Me ha sorprendido esta carta que recibí de Noldo donde me dice entre otras cosas: «Papá, es cierto que no les ayudaré con dinero, pero sí con las oraciones que son más valiosas. Y, además, he hecho esa promesa a la Santísima Virgen y que primero Dios, me mantendré firme en mi vocación».

Por supuesto que esta propuesta que su padre le hizo, no era cierta, lo hizo para probarlo si estaba completamente decidido y una vez convencido de su firmeza, se propuso a que no se le dijera más a ese respecto. Su madre que lo amaba tanto, al leer la carta, lloró de satisfacción porque se dio cuenta, una vez más, lo firme y lo decidido que estaba su hijo en su vocación.[1]

Su deseo de consagrarse por completo al Señor, al servicio de sus hermanos, era cada día mayor. Con esta sólida decisión, el novicio Pedro Arnoldo, pide se le admita hacer su primera profesión religiosa. Sus Superiores no dudan de la joven vocación y así, emite sus votos por primera vez el9 de diciembre de 1927, en la Casa de Ayagualo, en las manos del dinámico Padre Inspector Don José Rayneri, discípulo de Don Bosco. En su bien ponderada petición para admisión de los votos, el generoso novicio expresaba, entro otros pensamientos, lo siguiente: “Con la gracia de Dios Nuestro Señor; con el auxilio de la Santísima Virgen Auxiliadora y de nuestro venerable Padre Don Bosco, espero ser fiel a mi promesa con la práctica de los santos votos, que serán la vía segura de mi perfección, santificación y salvación, fin por el cual me he decidido a seguir la estrella de mi vocación, que el Señor, en sus divinos designios, se dignó hacerme brillar”.[2]

El 26 de diciembre del mismo año, le dieron la obediencia de asistente de novicios.

El seminarista Aparicio, deseoso de entregarse por completo a Dios, se proponía vivir en continuos ejercicios de virtud. Sus pequeños escritos muestran algo de ello.

En los Ejercicios Espirituales de diciembre de 1929 hace el siguiente propósito: “Adquirir y obrar según el Sistema Preventivo, del modo que quería Don Bosco[3]”.

En 1930, 18 de diciembre, escribió:“Obedeceré con espíritu de fe – Evitaré la murmuración – Mortificaré el yo”. En 1931: “Vivir el Sistema Preventivo”. En los Ejercicios de 1944: “Esforzarme por ser útil a la Congregación”.[4]

+ El 14 de marzo de 1929, muere su padre.

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