Los últimos años

Los quebrantos más serios de salud, comenzaron en enero de 1988, cuando encontrándose en la Casa Generalicia de los Salesianos en Roma, donde había sido invitado para las celebraciones del Centenario de la muerte de San Juan Bosco, se cayó en las gradas, creyendo que ya había terminado. Desde esa fecha, pareciera que aquel milenario árbol se movía, cual a las azotadas por los vientos, fue una serie de quebrantos que lo condujeron al destino, del que él tanto hablaba, el destino eterno.

El viaje a Roma, lo aprovechó para entregar la papelería de las Constituciones Renovadas, vio al Santo Padre, le fue concedida una audiencia privada, visitó por última vez a su paso, las Comunidades de Venezuela y Guatemala Capital. La mayor gravedad la experimentó desde agosto, a tal grado que hubo que ingresarlo, hasta octubre fue dado de alta, se quedó en la Casa Madre de las Hijas del Divino Salvador, donde tenía su habitación. Su estado de salud ya en silla de ruedas no impidió que estuviera presente en la clausura del año escolar.

El año 1989, Dios los siguió probando, y estuvo casi todo el año con lagunas mentales, en sus delirios visitaba el templo de María Auxiliadora, Turín Roma eran sus lugares predilectos.

El año 1990 no tuvo muchas variantes y su estado se agravó aún más, aunque tuvo una breve mejoría el 29 de junio. En un momento de lucidez dictó la introducción que llevan las actuales Constituciones de las Hijas del Divino Salvador.

El año 1991, bastante lucidez hubo en su mente. Las Hermanas lo atendieron con tratamientos naturistas. El sufrimiento por la enfermedad no fue poco, sobre todo por las constantes recaídas. Pero era admirable verlo en su silla de ruedas desgranado constantemente las cuentas del Santo Rosario. Verle también frente a la capilla haciendo sus visitas a Jesús Sacramentado.

En estos últimos años, aunque enfermo como estaba, siempre estaba pendiente de la educación, así por el cierre de la formación de maestras en Santo Domingo, se dirigió al Señor Presidente de la República, a la Ministra de Educación por medio de solicitudes para la reapertura, la que logró se realizara.

Además, pudo gozar dando gracias a Dios, por la consolidación del Instituto Hijas del Divino Salvador, ya que el 5 de febrero de 1987 el Instituto fue acogido y aprobado en la Familia Salesiana; el 8 de diciembre de 1988, las Religiosas hicieron por primera vez la Profesión Perpetua; el 4 de marzo de 1989 el Instituto es Aprobado de Derecho Pontificio y el 24 de mayo de 1989, la Santa Sede Aprueba y Confirma las Constituciones Renovadas.

Fue un regalo que Dios le concedió por tantos sacrificios y preocupaciones que esta obra le causó en bien de la Iglesia.

En 1992, a pesar se su salud más quebrantada dejó muchos recuerdos para la vida de los que sigan sus huellas.

El 7 de junio, estando las Hermanas en su retiro mensual, con mucha dificultad, les dirigió la reflexión, sobre la vivencia de la pobreza. Se leyeron los artículos de Constitución sobre la Pobreza 17-23, y luego empezó él la reflexión:

«Les voy a hacer un examen de conciencia».

La pobreza hermanas hay que vivirla.

– ¿He manejado dinero este mes?

– ¿Tengo mis propios ahorros y he comprado con ellos lo que he querido?

– ¿He echado a perder las cosas de la casa, no preocupándome de ellas?

– ¿He llevado dinero o hago el papel de tramposa, y las que andan llevando dinero en la bolsa y ya lo tienen destinado para sus cosas?

– ¿Soy obediente?

– Las que por algún motivo reciban alguna cantidad, entréguenla inmediatamente a la encargada, lo grande es no desmayar cada día tengo que aprender a ser virtuosa

-¿He pedido cosas a mi casa o a otra persona, sin necesidad porque la Comunidad me da todo?

-¿Habrá alguna que le da pena decir que ha hecho el voto de pobreza? todo depende de como entienda su consagración, y cómo ama el voto y virtud de pobreza.

Les dejo este momento para reflexionar sobre sus acciones y todo lo demás e ir descubriendo, cuál es el amor a la pobreza y a la obediencia. Más que el voto en esta virtud cada una es responsable.

Creo que ahora si no estoy dispuesta a colaborar con la comunidad es mejor que no esté aquí.

Hermanas yo no sé si volveré a hablarles. Sólo les dejo y les vuelvo a repetir: «LA OBEDIENCIA Y LA POBREZA»; lo que les dejo como RECUERDO es: «PIEDAD Y OBEDIENCIA».

Lo que tenemos que hacer cada una es lo que «LAS COSTITUCIONES Y REGLAMENTOS NOS MANDAN».

Cada una lo que tiene que hacer es: «PRACTICAR Y HACER LAS COSAS NO PORQUE LA MIREN, SINO PROCURANDO ALCANZAR LA CARIDAD LO MAS PERFECTAMENTE».

«Hermanas yo no sé si volveré a hablarles», se hizo una realidad, porque esta fue la última vez que Monseñor Aparicio de viva voz, aunque con mucha dificultad, exhortó a la Comunidad reunida.

Estando en una casa de las Hermanas San Salvador, donde lo tenían en recuperación, durante una leve mejoría, el 26 de agosto, legó a su s hijas, el TESTAMENTO ESPIRITUAL. La Hna. Superiora le dijo: «Monseñor, el médico dice que en cuanto usted esté mejor, lo llevaremos a Santo Domingo. Las Hermanas lo están esperando. ¿Quiere ir Usted a Santo Domingo? y él dijo: «Yo voy a un viaje».

¿A dónde va Monseñor? ¿Lo podemos saber? ¿Podemos ir nosotras con Usted?.

– No. Dijo él.

– ¿Por qué?

– Porque no están preparadas. Les falta mucho por hacer.

– ¿Y cómo podemos nosotras también prepararnos para poder hacer ese viaje al cual no podemos ir con Usted ahora?

En ese momento hizo un movimiento con la mano derecha y dijo:

– Agachadas.

Luego pidió la mano de la Hna. Paz Ponce que la tenía al frente y al tenerla entre su mano dijo:

– Tomadas de la mano.

Entonces la Hna. Superiora le dijo:

– Ahora comprendo: «agachadas» significa: «humildes» y «tomadas de la mano» significa «unidas». ¿Quiere decirnos, Monseñor, que siendo humildes y viviendo unidas , vamos a poder prepararnos para emprender el viaje y llegar a la meta a donde Usted está llegando ahora?

Y él contestó:

– Así es.

La Hna. Superiora le dijo: Gracias, Monseñor, por mostrarnos los medios. Les haré saber a todas las Hermanas, lo que Usted nos ha enseñado ahora.

La Hna. Superiora terminó de darle el jugo y le dijo:

– Monseñor, lo vamos a sacar a la sala para que sigamos platicando. Lo sacamos y las Hermanas que estábamos con él, nos pusimos en actitud de discípulos a su alrededor. Siguió hablando, pero ya no pudimos captarle más palabras.

Pero para estar más segura o más bien, para confirmar si verdaderamente era ese el significado que él quería dar, la Hna. Superiora le volvió a repetir el significado de sus palabras dichas adentro. Y concluyó diciendo:

– Reflexionen lo que les dije.

Las Hermanas que estaban con él eran: María Paz Ponce, Angel Epifania Larreynaga, Cruz Rivas y Rosa Candelaria Cáceres.

El 1 de septiembre fue trasladado de San Salvador a Santo Domingo en una ambulancia, llegando a su residencia «El Predio» donde se preparó para su encuentro con el Padre con todos los auxilios divinos.

Ahí estuvo silencioso, en la cama, aceptando la voluntad de Dios sobre él. Fue un ejemplo de cómo la persona debe preparase a lo largo de la vida para esperar este momento final de la muerte.

Momentos antes del deceso, la Hna Rosa Candelaria Cáceres, Superiora General, del Instituto Hijas del Divino Salvador, arrodillada al lado derecho de la cama y frente al enfermo, le dijo: «Monseñor, aquí estamos algunas Hermanas y las novicias, acompañándolo. En lo personal, y en nombre de todas, le suplico nos imparta su bendición. Yo voy a tomarle su brazo para que Usted nos bendiga, y así fue».

Dijo Adiós a los suyos.

Dirigiéndose de nuevo Hermana Superiora a Monseñor, le dijo: «Monseñor, si el Padre lo llama, no tenga pena, váyase tranquilo, y le suplico interceda por nosotros ante Dios y la Santísima Virgen, para que seamos fieles a la herencia que Usted nos ha dejado».

El tensiómetro estaba en acción, presión arterial 160×40. Mientras tanto se había comenzado a rezar las oraciones por los moribundos y Monseñor comenzó a sudar. Terminadas las oraciones, llegó el Padre Fernando, bendijo el lugar, le dio la absolución, la unción de los enfermos y continuó con las oraciones por los moribundos. Cuando el Padre finalizaba, entró Monseñor José Oscar Barahona revestido de: alba, cíngulo y solideo. El Padre Fernando, dirigiéndose a Monseñor Aparicio le dijo: «Monseñor, la Iglesia se hace presente junto a Usted, en la persona de Monseñor José Oscar Barahona, que está aquí y va a rezar por Usted en este momento».

Monseñor Barahona de rodillas, volvió a iniciar las oraciones por los moribundos, continuó con los misterios dolorosos del Santo Rosario. Cuando se comenzó el cuarto misterio, Monseñor se quejaba y luego se fue calmando. Estaba bañado en sudor. En la Octava Ave María dio tres pequeños suspiros y al último expiró. El tensiómetro marcó 0x0 murio a las 9:30 A.M. del día lunes 7 de septiembre de 1992, en su casa de su residencia, en la Ciudad de Santo Domingo, Departamento de San Vicente.

Fundador